
El inminente aumento de la
capacidad adquisitiva de los trabajadores del sector presupuestado y el
consiguiente crecimiento de la demanda ha provocado un debate e intercambio de
propuestas para afrontar el posible
advenimiento del fenómeno económico conocido entre los especialistas como
inflación.
Un diccionario económico nos
ilustra que:
“La inflación
es el aumento generalizado y sostenido de los precios de bienes y servicios en
un país durante un periodo de tiempo sostenido, normalmente un año. Cuando el
nivel general de precios sube, con cada unidad de moneda se adquieren menos
bienes y servicios. Es decir, que la inflación refleja la disminución del poder
adquisitivo de la moneda: una pérdida del valor real del medio interno de intercambio
y unidad de medida de una economía. Para medir el crecimiento de la inflación
se utilizan índices, que reflejan el crecimiento porcentual de una 'cesta de
bienes' ponderada. El índice de medición de la inflación es el Índice de
Precios al Consumidor (IPC).”
Según el criterio (no sólo, por
supuesto) de algunos economistas cubanos que, o no viven en el país o que ya no
están insertos en la vida laboral activa, pero que atienden relativa con
asiduidad el rumbo económico de la Isla, el aumento de la demanda, - y creo que se han
referido casi exclusivamente a la demanda del consumo familiar, no a toda la
demanda agregada – puede desencadenar un alza de los precios o un desabasteciendo
de productos (reducción de la oferta), o ambas cosas.
Una determinada corriente del
pensamiento económico, que se ajusta ortodoxamente a las llamadas leyes de las
sociedades de mercado, y en especial a la ley de la oferta y la demanda, preconiza
que el alza de los precios (la
inflación) puede sobrevenir a causa precisamente de la acción de esa ley, en la
situación en que al crecimiento de la demanda no le corresponda un equivalente
crecimiento de la oferta.
Debe notarse lo siguiente: el
funcionamiento de esta ley se atribuye al hecho de que cuando se produce un aumento de la demanda por la existencia de un
mayor poder adquisitivo causado por el aumento de la masa salarial en mano de
los consumidores, el productor se vería estimulado cuasi automáticamente a subir
los precios para, aprovechando la coyuntura, cumplir con el que sería el
objetivo esencial de toda empresa productiva: aumentar las ganancias. No debemos
perder de vista que el resorte y carácter de esta “ley” es el
interés humano o empresarial es lucrativo.
Una sencilla reflexión en ese
modo de razonar nos debe llevar a destacar lo siguiente, en el caso de que los
costos de producción no se hayan elevado: así planteado en el funcionamiento de
esa ley, no estamos ante un agente causal impersonal, etéreo e intangible,
ajeno a la voluntad humana, al modo, por ejemplo, de la gravedad, una ley de la
naturaleza. Por el contrario, lo que explicaría el origen de ese comportamiento
erigido en “ley”, es una decisión humana, no una imposición exterior a su
voluntad, ante la cual no habría nada que hacer: dicho en palabras llanas: veo
la oportunidad de aumentar mis ganancias ya que el comprador tiene más dinero,
pues “oportunamente” aumento los precios.
Y por supuesto que eso sucede
todos los días en cualquier punto del planeta, y acaba de suceder en nuestro
país apenas se conoció, - o se sospechó-, lo que sucedió o sucedería con el
aumento salarial.
Pero el matiz importante que
dejamos de lado al “asimilar” diaria y superficialmente la pócima que nos
imponen como conocimiento establecido, nada menos que en forma de ley, es que los teóricos ortodoxos de la economía
neoclásica predominante en el mundo, al presentar la ley como una entidad objetiva,
inevitable, de aplicación universal, nos están impidiendo acceder a las
alternativas al propio capitalismo y su economía de mercado, y a la vez
descreer de la posibilidad de sus alternativas socialistas, porque es precisamente el comportamiento de la sociedad de mercado el
que genera ese comportamiento y, por lo tanto, no tiene que ser una “ley” que
fatalmente se imponga en toda circunstancia, en especial, en un proyecto
socialista que se proponga el objetivo de ir más allá de lo que el capitalismo
le dice al hombre que el hombre puede
llegar a ser.
Pero aquí se trata de qué se
espera de la piedra angular del proyecto cubano: la empresa socialista y la
propiedad social estatal. Por cierto, ambas tan constante y acerbamente
denostada, precisamente, por economistas que insisten en sembrarnos todos los días la creencia en la superioridad
de la propiedad privada y la economía de mercado, caldo de cultivo de donde se
origina la ley de marras.
Pero claro que cada empresa
socialista debe obtener ganancias. En interés de sus trabajadores, cuando de
ello también dependen las cuantías de sus salarios, y en interés social, que
debe reproducir y ampliar sus recursos. Por tanto, la empresa acude a las vías
conocidas para ello: producir cada vez con más calidad, al menor costo posible,
en la mayor cantidad recomendable, para vender al precio justo que permita
obtener el margen de ganancia adecuado al interés de todos: que no es por
definición un interés privado, algo distinto al interés natural del trabajador.
Y en consonancia, si la empresa afronta un aumento de costos, la simple
aritmética indica que debe hacer algo por mantener la ganancia: lo más probable
es que se vea obligada a vender a un
precio mayor.
Pero es algo muy distinto “verse
obligado” a vender a un precio mayor, (y allí sí que tenemos una ley
simplemente aritmética, derivada del objetivo que tiene cualquier organización
empresarial, a saber, garantizar alguna ganancia), a “optar por vender” a un
precio mayor sólo porque la gente tiene más dinero.
Lo que insisto en subrayar es que
esto último no tiene nada de ley externa al ser humano: es el comportamiento casi
compulsivo que no es ni algo sustancial a la naturaleza humana sino que pertenece
a una cultura específica, conformada por siglos de vivir en un determinado
sistema de organizar la vida espiritual y económica que conocemos con el nombre
de capitalismo. Una de las razones, entre varias otras, cada una más
importante, que llevó al Che a pensar en la necesidad de un ser humano “nuevo”,
que es precisamente el que debe formar la cultura socialista, a la vez que es
el agente y actor principal de la esperanza
de que exista un modo de vida socialista.
Pero bien: se dirá que, por
ahora, este es el mejor de los mundos posibles y la realidad nos puede echar de
bruces del escenario de nuestros sueños: el caso es que la reacción espontánea
de intentar aumentar las ganancias mediante la oportunidad de aumentar los
precios es altamente presumible y con ello hay que contar, pero a partir de
allí, precisamente, actuar. Y detengamos la lectura un instante y meditemos:
también, a la vez, debemos estar alertas ante los intelectuales orgánicos del
pensamiento económico capitalista, porque creer acríticamente en sus teorías
aleja cada vez más de la confianza de que otro modo de vida es posible, y la
desesperanza no sólo conduce a la inacción, a no crear y luchar, a no ir a más,
sino también al apoyo de lo que adversa e impide que los sueños se realicen.
Por ello inclinarse y reverenciar
una ley que se presenta como inviolable,
es algo muy distinto que conocer que hay un fenómeno, presentado como
ley que no puede violarse, pero que, por muy difícil que sea hasta lo rayano en
lo imposible, sí puede cambiarse. Y no depende sólo del individuo, sino de cómo
se piensen y diseñen las instituciones que organizan y rigen la vida económica
y social.
Hay un factor que se debe tener
en cuenta, de todos modos, porque el interés de una empresa en elevar sus
precios puede sobrevenir por otro motivo que no sea el aumento de los costos de
producción. Los esquemas de estimulación pueden estar diseñados de manera que
si aumentan las ganancias vía la elevación de precios, aumenten las
remuneraciones totales del trabajador.
Me atrevo a apuntar, a partir mi
experiencia como trabajador de una empresa estatal, que al menos se debe
estudiar una vía para impedir que eso ocurra: que la estimulación salarial se
haga depender, principalmente, de la disminución de los costos por las vías que
existen al efecto, sobre todo mediante la investigación y el desarrollo, la
calidad de exportación, la innovación tecnológica y la eficiencia productiva. Nunca
resultará fácil para un país como el nuestro al casi todo le resulta más difícil.
Pero lo que debe evitar es que las empresas hagan depender la estimulación por
las ventas totales si lo que interviene para lograrlo en vender más caro.
La experiencia nos parece
confirmar que salvo el tipo de ser humano lobo del hombre, lo que conocemos
como capitalismo y mercado tiene componentes que pueden y deben utilizarse en
los intentos de hacer algo por vivir de un modo diferente. O que en las
circunstancias actuales del dominio global del modo de ser económico del hombre
y la sociedad por eso que llamamos capitalismo, hay que transitar por el camino
del riesgo y la creación heroica. Pero sin olvidar las armas melladas porque aquellas
están hechas de un material al que ya no podremos sacar filo si no es para
provocarnos daños y heridas peores que las que provocan no usarlas.
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